domingo, 31 de marzo de 2013

La duda como método, actitud y arte

El artículo que aparece a continuación ha sido publicado en el Nº1 de DA CAPO! Revista de Filosofía y Pensamiento.

Quisiera ofrecer aquí un mínimo acercamiento al concepto de filosofar, esbozando una imagen del mismo como método radical de pensamiento, que exige de una actitud valiente y lúcida que lo adopte, así como de una disciplina y cuidado que lo desarrolle como el arte existencial que es y nunca debió dejar de ser. Sirva esto como invitación al filosofar para todo aquel que, desde sus propias inquietudes y planteamientos, se sienta necesitado de ello. 
 Por filosofía suele entenderse un corpus de conocimientos, un conjunto de doctrinas, de corrientes de pensamiento en pugna, que es enmarcado y transmitido en formato cronológico, o desde problemas y sistemas concretos. Un panorama acertado, pero incompleto. La filosofía ha pervivido históricamente gracias al mantenimiento realizado por una necesaria academia filosófica, gremio que desgraciadamente parece haberse estancado hoy en unos planteamientos que, por inertes, la cierran al contacto con el sujeto corriente. No late aquí una ingenua crítica académica, sino más bien un pretendido distanciamiento de ciertas actitudes que, presentes en algunos resquicios de esta esfera institucional, parecen perjudicar la evolución general de la disciplina. La filosofía posee su propio campo de estudio, sus propias preguntas y necesita que sus propios pupilos se entreguen a ella como campo del saber que es, no cabe duda, pero ello no debería empujarla a un flagrante aislamiento de la realidad de la que nace, más aún si éste se da en nombre de una supuesta preocupación por ella. La especulación no es reprochable, sino necesaria, por ello lo que propongo no es una cancelación de parte de la actividad filosófica contemporánea, sino todo lo contrario, una ampliación de su campo de acción. Esto es, la expansión del espacio filosófico. 
 Esta disciplina, forzada a ser historia de sí misma, constituye un edificio ya construido que parece necesitado de una infinidad de reformas. Más allá de su progresiva decadencia, la confusión que la consagró fue la distinción entre filosofía y filosofar, escisión que nunca debió permitirse, ya que la defensa de un campo propio de conocimiento e investigación no exige la negación de su actividad más originaria, y menos aún la exclusión de aquellos que, no dedicándose a ella profesionalmente, parece habérseles negado el ejercicio de la misma, por no ser aptos, o peor aún, dignos de tal honor. En términos lógicos, parece que la historia de la filosofía, siendo necesaria, no es suficiente. Y aquí pregunto, ¿qué es la filosofía, sino el ejercicio más puro de aquello que llamamos filosofar? 
 Casi tres mil años de historia avalan el uso de una diversidad de métodos y abordajes filosóficos que trataron de adaptarse a las cuestiones que ellos mismos concibieron como cuestionables. Pero desde su origen, y al margen de su plasmación, el término methodos designó algo mucho más complejo que un conjunto de reglas. Refería a un camino por transitar, donde lo no transitado formaba ya parte de su sendero, aunque fuera solo por tender a él. Por ello nos preguntamos por el método más radical de la filosofía, aquel que desde esta mirada, podría ser tomado como el específicamente filosófico, y como tal, intrínsecamente humano. Bien, ese método es a mi parecer el de la duda. 
 La pregunta, sin ninguna pretensión añadida, es la que fundó la filosofía como ejercicio de un filosofar que, como cuestionamiento originario y radical, nace del más sencillo estado de duda. Toda pregunta es ya una formulación concreta de la misma, que partiendo de ese estado dubitativo inicial, enfoca ciertos elementos de la realidad y los vapulea en busca de respuestas. Por su naturaleza, la duda consiste en un momento anterior, un asombro, casi catatónico, que erige la pregunta como primer paso de su andadura, siendo el motor de la misma. La duda constituye un estado anímico, y no solo teórico, capaz de atenazar a todo individuo, y en el que sabemos es beneficioso colocarse. De por sí, la duda no pretende constatar ni responder nada, ya que de hacerlo perdería parte de su potencia. Más bien, se coloca ante su objeto y lo alberga, sosteniéndolo, quedando presa de la fascinación por él, dejándolo ser. 
 La duda es aquello que despierta la consciencia del desconocimiento, de lo no presente, que señala su ausencia y se regocija en ella, aunque anhele suplirla. Toda visión, toda formulación o interpretación serían ya ajenas a la duda, pues ésta no es más que la latencia de aquello que, por ausente, exige ser reclamado, buscado. La duda no es la imposibilidad de responder, sino la conciencia de la parcialidad e incompletud de toda respuesta. Su transformación en pregunta supone su implantación en la realidad, en el curso y forma de los hechos, la adaptación a ellos desde una perspectiva nueva con el fin de lograr una mayor comprensión de los mismos, un acto que no sería posible sin el anterior conocimiento de dicha carencia. Es este carácter de la duda como germen de todo filosofar el que evita que la filosofía se reduzca a su aparataje teórico, ya que requiere del sujeto que la aloja la adopción de una actitud determinada. Y es que la duda asalta, pero no obliga. Es el sujeto que la vivencia quien tiene que decidir qué hacer con ella. Aunque ocultarla pueda ser aparentemente cómodo, la ignorancia, cuando es buscada, se torna dañina, mientras que aceptarla, tomarla como herramienta y no como objeto a evadir, posibilita la aparición de una primera imagen de aquello que será un rastro a seguir, que se creará conforme se avance en él. La ignorancia implica potencia del pensar solo cuando se reconoce como inicio, y no como fin. 
 Disposición que ante todo supone una apertura a la realidad que no se contenta con lo percibido o juzgado, sino que busca más allá, sin salir del más acá. Tomada así, la duda impulsa al sujeto que la alberga, en vez de paralizarlo. Le ofrece la posibilidad de una senda auténtica en la que quizá no encuentre grandes respuestas, pero sí inquietantes preguntas. La duda abre la consciencia de la brecha entre el pensamiento y la realidad de la que se nutre, invita al posicionamiento en ese mismo espacio, a la permanencia en él, renegando de toda respuesta impulsiva. Como actitud, implica no solo un rechazo de todo sentido interpretado, sino de la búsqueda de sentido como tal, pues todo sentido es construido desde el sujeto, y por tanto, hereda los sesgos del constructor. Es por ello que no solo no debieran aceptarse tales imposiciones, sino que es tarea del filosofar el empuñar la complicada tarea de desmontarlos. Es el quicio entre lo hiriente de la duda y la pulsión de respuesta el lugar de la verdadera pregunta filosófica. 
 Un detenerse sin esperar, activo, en el que cada elemento vislumbrado es tomado como acicate del pensamiento, donde los conceptos no son más que útiles de los que servirse para comprender la realidad, un contacto con ella que busca la comprensión y no la explicación inmediata. Una actitud que no reduce las vivencias a los términos que utiliza para comprenderlas, que no las violenta con sentencias de discurso, y que a su vez aspira a algo más que la simple contemplación, tratando de sublimar dichas experiencias mediante la expresión lingüística de las mismas, consciente de la incompetencia de toda expresión, así como de su inevitable necesidad. La actitud filosófica así entendida es aquella que esgrime la pregunta como un bisturí dispuesto a diseccionar cuanto encuentre a su paso, la semilla necesaria para el cultivo del arte del filosofar. Concebir el filosofar como arte exige que no lo limitemos a un ejercicio coartado por metodologías, por reglas de operación, sin que esto nos lleve a la defensa de un pensamiento pretendidamente caótico. Todo arte plantea exigencias en su ejercicio, y la filosofía no es una excepción. En ella también laten grados de maestría, algo que más que asustar, debe ser tomado como un reto. Quizá no se pretenda convertir la reflexión filosófica en el centro de la propia existencia, pero como antiguo arte de vida, su ejercicio nunca nos perjudicará, lo que se presenta como la mejor de las invitaciones. 
 El campo de perfeccionamiento de la duda, de la pregunta y la actitud crítica que la sostiene es el de la cotidianidad, el plano en el que nos desenvolvemos diariamente. No son esencias, sino vivencias, lo que da al pensamiento su materia de trabajo, experiencias que el sujeto vivencia, y que como tal, optan a ser reflexionadas. Es el aquí y el ahora, el contacto con uno mismo y con la realidad circundante, el plano en el que la reflexión puede desplegar todo su potencial. 
 Se trata de un acto específicamente filosófico, y que por tanto, filósofo o no, le pertenece por derecho propio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario